Acerca del Proyecto

La aparición de una fotografía hace ya algunos años, hace preguntarnos por la identidad de quienes en ella aparecen.
Pasa el tiempo, y la duda continua, ellos, al igual que la foto en la que están retratados se evaporan engullidos por el olvido, sin nadie que les recuerde...

Introducción

“El olvido es la única muerte que mata de verdad.”
E. Galeano.


Para muchos, el miedo a la muerte no radica en el inevitable paso biológico vida-muerte, sino en el ser engullidos por el olvido, y no ser recordados.
Me crié en un lugar, en el que por unas u otras razones han sido olvidadas muchas cosas, momentos, lugares, palabras y gentes…diluidos en el tiempo, difíciles de recordar y por tanto, muertos.

En ese lugar, hará cuatro o cinco años, me topé con una historia que se desvanecía. Y no sólo conceptualmente, sino físicamente.

En un paseo por el campo, en uno de esos días de niebla y lluvia ligera que parecen preparados para que algo pase, me encontré con una escombrera, a donde habían ido a parar restos de distintas casas demolidas en el pueblo en los últimos años. Ventanas, puertas, herraduras, pucheros, piedras, adobes, todo entremezclado llamaba mi atención. Y de entre todo ello, algo que sobresalía especialmente en lo alto de la escombrera. Me acerqué y vi un marco roto rodeado de cristales, y debajo sobresalía un cartón marrón y un papel blanco.

Con ganas de encontrar algo tras el cartón, lo levanté, y bajo este había una foto mohosa y muy deteriorada, doblada, y como mordisqueada por las esquinas. Al mirarla, me vinieron a la cabeza las imágenes de películas como el Celo, o los Otros, y aquellos horripilantes álbumes post mortem. En la imagen se podía ver un hombre elegantemente vestido con bigote a lo Alfonso XIII, acompañado de una mujer, que parecía vestir de luto, con un magnifico traje de aquellos de principio de siglo, que debía ser un suplicio llevar. El rostro de la mujer apenas se intuía, en una superficie bastante deteriorada y sin apenas ya emulsión.

Bajé con ella, a casa, la imagen tenía unas dimensiones importantes (más o menos 50x60cm), y yo caminaba con la sensación de llevar un tesoro, un tesoro que parecía desvanecerse, pues la imagen estaba empapada como una esponja y no paraba de llover.

Pasé por el taller de mi padre para coger una tabla sobre la que ponerla y cogí el calefactor del baño para intentar secarla cuanto antes. Al rato se acercó mi madre y mi abuela a ver qué era lo que estaba haciendo esta vez. Y fue mi abuela la que calmó mis miedos de encontrarme ante una de esas fotos post-mortem (las hay en las que el difunto es colocado de pié) o de algún velatorio, cosa que me desconcertaba ¿pues quién se haría una foto de semejantes proporciones en un velatorio o entierro?. Se trataba ni mas ni menos que de una foto de boda de principios de siglo, tiempos en los que las mujeres vestían negros trajes para la ceremonia.

Solucionada esa duda, quedaba la principal ¿quiénes eran?

Fue pasando el tiempo y la foto pasó por las manos de gente y más gente que no acertaba a poner nombre a aquellos rostros- lógico teniendo en cuenta la antigüedad de la imagen-. Fueron surgiendo nombres de posibles descendientes, “-tienen la cara de los boticarios-”, -“no pues a mi me recuerdan a los chatos…-”, “ -Yo creo que son de los Chileros, pero esos se fueron a América-”. Y de aquellos ejercicios de echar la vista hacia atrás, pronto surgía “ -me recuerda a la foto de boda de mi madre-“, “- pues a mi a la mía propia, pues me casé de negro-”, “- Qué años aquellos, lo que pasa es que luego se jodió todo y vino la guerra-”.

Los años han seguido engullendo a esta historia, así como a muchos de los que podrían arrojar luz sobre ella. Quizás sus protagonistas hallan muerto para siempre, o quizás ayuden a no olvidar otras historias que también se desvanecen.